21 May 2025
El caos arancelario colapsa la demanda… y China lo sabe
El ‘gigante asiático’ lleva la delantera en las negociaciones con EEUU porque la política comercial de Washington es demasiado agresiva y oscilante, dicen los analistas.
Diego Herranz - Colaborador de Asesores de Pymes externo a Cesce
“Un arancel estable no causaría una recesión por sí mismo, pero uno impredecible que puede cambiar al día siguiente sí tiene un efecto depresor sobre la demanda”. La acepción es del Nobel de Economía Paul Krugman, que quedó registrada en un reciente episodio del podcast Goldman Sachs Exchanges, en el que calificó a los nuevos aranceles comerciales de Trump como el “mayor impacto comercial de la historia”.
La precisión de Krugman es igual de rotunda: los gravámenes a la importación no suelen causar recesiones, porque su imposición a productos extranjeros implica que la gente comprará menos bienes importados y más productos nacionales, lo que podría traer consigo unas “consecuencias desagradables”, como un encarecimiento del coste de la vida o menor eficiencia productiva. Sin embargo, los daños colaterales indirectos provienen de que estas tarifas sean “extremadamente inciertas”, como las que ha decretado la Administración Trump. “Nadie sabe cuáles serán ni qué vendrá después”, matiza.
Para las empresas -prosigue Krugman- esa incertidumbre es un obstáculo en su proceso de toma de decisiones de inversión que afecta a la percepción del consumidor y, en consecuencia, a todo el segmento de demanda: “Si el gasto personal se desploma, podría desembocar en una recesión severa”, alertó, cuya señal de alarma más evidente es “la volatilidad” que se ha registrado en los mercados de capitales, debido a que inversores y operadores lidian con los nuevos aranceles de su gobierno, que repercuten en sus socios comerciales, y con cambios políticos que, a veces, son inexplicables.
Como ejemplo, dejó el recordatorio de que Trump ha sugerido, de un día para otro, que podría reducir el arancel del 145% decretado a las compras chinas este año, horas antes de aseverar lo contrario, que “una tarifa del 145 % es muy alto, pero apropiado”. En definitiva, bajará, puede que, de forma substancial, pero no será cero”. Y lo que es peor: ha obligado a China a establecer otro del 125% sobre las exportaciones estadounidenses.
Por si fuera poco, el secretario del Tesoro, Scott Bessent, declaró a continuación que los niveles arancelarios actuales entre ambos países son insostenibles, pero que “EEUU no los va a reducir de manera unilateral”, lo que ha provocado que compañías aéreas como Alaska Air o Southwest Airlines, o la firma de contratación PageGroup, hayan comenzado a retirar o retener previsiones para este año.
Todo ello lo está aprovechando China que, según The Economist, “lleva la delantera en su guerra comercial con EEUU” al asegurar que mientras los buques mercantes navegan lentamente por el Pacífico desde China, los líderes estadounidenses “se están dando cuenta de la trampa que se han tendido”. El statu quo, que incluye un arancel del 145% sobre muchos productos chinos, no es “sostenible”, como admite Amazon, que estaba dispuesto a mostrar el coste de los aranceles junto con el precio de algunos productos, las autoridades comerciales estadounidenses airearon su consternación y desde la Casa Blanca llegaron a calificar el intento del emporio que creó Jeff Bezos como un “acto hostil y político”.
Todo ello corrobora, según el semanario británico, que los aranceles de la Administración Trump “no solo son insostenibles, sino que también fueron, en gran medida, improvisados”. Cuando el 2 de abril se estableció un gravamen del 34% a China, parecían desconocer que Pekín igualaría el órdago y desencadenaría una carrera arancelaria sin precedentes entre ambas superpotencias que perjudicaría de forma sistemática a toda empresa americana que dependa de componentes made in China. Y aunque el estancamiento económico entre las dos superpotencias perjudicará a ambas -lo que los economistas llaman un juego de “suma negativa”- la pugna geopolítica sería casi inevitablemente de “suma cero”. Es decir, “todo lo que perjudica a EEUU beneficia a China”, pero, al mismo tiempo, “toda pérdida de credibilidad americana sería ganancia para el gigante asiático”.
Pekín aduce que EEUU representa menos de la quinta parte del comercio global. Por eso no ha tenido duda alguna en pedir al resto del mundo que plante cara a la primera potencia mundial. Además de que China es el principal socio comercial de más de un centenar de países y está en estrechos vínculos geoestratégicos con las cadenas de suministro asiáticas. En 2022, suministró más del 19% de las importaciones de bienes intermedios de Japón. A Corea del Sur, le abasteció con más de un tercio de sus compras manufacturadas y a Vietnam, con el 38%.
La centralidad china en estas redes comerciales le otorga gran influencia. Sus socios comerciales asiáticos no pueden desvincularse de su potencia continental ni de sus cadenas logísticas y de valor, como EEUU desearía. Japón y Corea del Sur, los grandes aliados de Washington, dependen demasiado de las garantías de seguridad estadounidenses. Pero ni ellos ni muchas naciones del Sudeste Asiático se pueden permitir el lujo de distanciarse de ninguna de las dos superpotencias. Por puro instinto de protección.
Las esperanzas de Estados Unidos de intimidar a China y expulsarla de las cadenas de suministro asiáticas no se harán realidad, advierte The Economist. “Tampoco lo harán los sueños de China de unir a sus vecinos en una oposición desafiante a la potencia hegemónica”. A pesar de que Xi Jinping insista en que su país “no se doblegará”. O de que sus vecinos asiáticos “estén haciendo todo lo posible para ayudar a Trump a ceder” en su inexplicable batalla comercial.
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