09 sep 2024

Los efectos económicos y sociales del salto de la extrema derecha alemana

Si la economía germana no crece e irrumpen discrepancias en la coalición, las batallas sobre inmigración, justicia social y presupuestos tomarán otros rumbos.

Diego Herranz - Colaborador de Asesores de Pymes externo a Cesce

 

Las recientes elecciones en los lander de Turingia, donde Alternativa por Alemania (AfG) se erigió  por primera vez en la fuerza más votada en un territorio alemán tras la Segunda Guerra Mundial, y Sajonia, en los que la formación de extrema derecha obtuvo el segundo puesto solo por detrás de los conservadores de la CDU, deja una resaca de suma preocupación sobre el futuro de la coalición de gobierno -conocida como del semáforo por el rojo socialdemócrata (SPD) el amarillo liberal y el verde ecologista- del país y sobre las políticas europeas.

En ambas citas con las urnas, los votantes alemanes concedieron a la extrema derecha algo más del 30% de los sufragios. Y en ninguno de los dos territorios se espera que puedan gobernar por el cinturón sanitario impuesto por los partidos democráticos. Pero los efectos colaterales de una irrupción de tal calibre en el mapa político alemán serán inmediatos e ineludibles. La alianza del gabinete del canciller Olaf Scholz ha sufrido los mayores castigos electorales. Para el analista de Bloomberg, Chris Bryant, la recomposición de la iniciativa política en Berlín está sometida a juicio y, por ende, la hoja de ruta de la recién inaugurada legislatura de la UE con la renovación tanto de la Comisión Europea como del Eurocámara. 

“Si la economía no crece, las batallas por la regulación de la inmigración, el reparto equilibrado de los recursos y los proyectos de justicia social estarán bajo presión” por la fortaleza de la AfG y, con ello, “las dotaciones de gastos presupuestarios podrían verse alteradas por el nuevo mapa político” del país. En su opinión, el apoyo a posiciones de extrema derecha en Alemania obedece a lo largo periodo de descontento social que enlaza con una etapa de sucesiones recesivas en la economía y de contracción industrial que se intensificó con el estallido del conflicto de Ucrania y la necesidad imperiosa de reducir a marchas forzadas la excesiva dependencia energética del Kremlin.

Aunque los grupos populistas de izquierda y derecha del arco parlamentario superaron el 60% de los votos en Turingia y casi la mitad en Sajonia, ninguno hará causa común con el AfD. Pero todos modificarán substancialmente sus prioridades legislativas para hacer frente a la fortaleza de la extrema derecha. En especial, la CDU que está maniobrando para endurecer las medidas de control migratorio respecto a la época de Angela Merkel. De momento, sin coquetear con la complacencia de los líderes del AfD hacia la Rusia de Vladimir Putin. Como así lo manifiesta, por ejemplo, la Alianza Sahra Wagenknecht Por la Razón y la Justicia, una escisión de La Izquierda que comparte doctrina con el AfD en materia de inmigración y que reclama acabar con el apoyo militar alemán a Ucrania.   

El origen de esta polarización política es la crispación social de una economía que lleva dos años estancada y con una inflación que solo ahora empieza a remitir. Un campo abonado para que se junten los extremos. Porque la otra vencedora de los comicios en ambos lander ha sido Sahra Wagenknecht, la imagen rebelde de la izquierda postcomunista oriental, que obtuvo el 16% de los sufragios en Turingia y el 12% de los de Sajonia y que podría ser la llave de cualquiera de los dos gobiernos regionales.

Mientras, los tres partidos coaligados en Berlín perdieron el respaldo ciudadano. Los Verdes y los liberales del FDP no consiguieron el mínimo del 5% para entrar en el parlamento de Turingia y el socialdemócrata resistió, pero sumamente debilitado.

En este contexto, sacar a relucir las restricciones migratorias resulta sencillo. Al igual que la idea de permisividad hacia Ucrania. Esta frustración es especialmente intensa en las sociedades de la antigua República Democrática Alemana, donde la agenda reformista de Berlín y su apuesta por la neutralidad energética resultan menos permeables.

Es en los lander orientales donde la defensa del Estado de Bienestar es menos intensa y en los que la economía sostenible tiene unas ratios de apoyo menos proclives a la descarbonización y las energías renovables. Tampoco ayudan los atentados de reivindicación islamista. “Todo ello ha generado un caldo de cultivo contrario a la inmigración, pese a que los flujos de trabajadores foráneos resultan esenciales para consolidar las pensiones en una sociedad envejecida”, explica Bryant: “por edad y por cansancio laboral en un país rico, pero en el que ha crecido la sensación de pobreza desde la invasión de Ucrania”. 

En este sentido, otra de los caballos de batalla será el compromiso de Scholz de suscribir el 2% del PIB en gastos militares que reclama la OTAN. Una cota sin parangón. Porque nunca Alemania había alcanzado este desembolso militar desde el final de la Segunda Guerra Mundial. A ello hay que sumar la inestabilidad e incertidumbre de una energía barata en los últimos meses, el efecto de las 49 medidas económicas aprobadas en julio pasado por el gobierno de Scholz con ideas de corte ortodoxo como impulsos inversores, recorte de trabas burocráticas, incentivos al empleo y a la concesión de préstamos y retraso de la edad de jubilación. 

Con este elenco de dudas, la confección del próximo presupuesto anual se verá sometido a no pocos cambios. Con impedimentos como la tradicional prudencia alemana a la hora de acometer expansiones de gasto con un déficit sin consolidar y una deuda al alza. Y la oposición de la CDU-CSU sin intención de prestar su apoyo parlamentario ni dar rienda a iniciativas legislativas hasta comprobar que el gobierno federal pueda arrojar la toalla. En un momento en el que la brecha de riqueza ha aumentado y las críticas hacia políticas europeas como la agrícola han arreciado. La armonía adquisitiva alemana parece saltar por los aires por momentos, fruto del apagón de la economía y de la parálisis industrial. El 10% de los hogares manejan activos netos por 725.000 dólares y controlan más de la mitad de la riqueza del país, mientras que el 40% menos pudiente apenas ostenta 44.000 euros de inversiones en carteras, según una encuesta del Bundesbank. Y el apoyo masivo al AfD procede de los estratos sociales más bajos.  

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